Tenía doce años cuando escribí mi primera obra de teatro. No recuerdo el título pero sí el argumento. Por supuesto, aquella pieza teatral iba acorde a la edad que tenía y estaba influenciada por los maravillosos cortos que representaban los payasos de la tele (Fofo,

Mis libros
Miliki, Gaby etc.), con esos mini-desastres que tanto nos hacían reír a toda la familia. Mi obra era también una comedia, donde un fortuito acontecimiento desencadenaba un mar de confusiones graciosas, pero totalmente caóticas. Incluso llegué a ensayarla algunos días con unas compañeras de clase. Cuando era pequeña, también sentía una gran predilección por aquel programa titulado: «Estudio 1» donde el teatro se colaba en nuestras casas a través de la televisión.
Me fascinaba observar los gestos de las personas, tan claros y expresivos en la pequeña pantalla, me entusiasmaban sus reacciones y las imitaba en los momentos de soledad; creo que se puede aprender mucho observando a los demás…
Desde siempre, sentí que escribir formaba parte de mí; sin embargo, nunca imaginé empezar con los libros de ensayo, y mucho menos exponer públicamente una de las experiencias más dolorosa de nuestras vidas (Historia de un Síndrome de Asperger 2009).
Eran los cuentos, las poesías y especialmente las obras de teatro las que formaban parte de aquella incipiente creatividad literaria, pero estaba claro que la vida tenía deparado algo diferente para mí. En este espacio, encontraréis información sobre mis publicaciones: libros, cuentos educativos y cuadernos, basados en nuestra experiencia y aprendizaje con el TEA de mi hijo mayor, escritos, en su mayoría, hace ya algunos años.
No he dejado de aprender desde entonces, especialmente, con respecto a las emociones de mi hijo, esas que al principio no observaba en él por la escasez de lenguaje corporal y, además, ¡cómo iba a advertirlas en él, si ni siquiera era capaz de descubrirlas en mí! Nadie nos enseñó a observar y canalizar las emociones; no al menos a los de mi generación. Tampoco a las generaciones anteriores. Por el contrario, siempre se nos invitó a esconderlas, callarlas o, lo que es peor, ignorarlas. Ese aprendizaje personal es el que ahora comparto cuando alguien me pide hacer un taller de historias sociales. Han sido muchos los errores cometidos, pero esos errores me han enseñado mucho. Un aprendizaje que espero transmitir algún día en otro nuevo libro.


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